Antes de explicaros el sueño tengo que hablaros de mi relación con el fútbol. De pequeño no me gustaba demasiado, pero era algo que hacía por presión social, porque todos mis amigos juagaban. Esta es la principal razón por la que hacemos las cosas cuando somos pequeños y es un error del que solo te puedes ir desprendiendo con la edad. Y, a veces, ni así.
Como correr detrás de la pelota no era mi pasión, buscaba otros alicientes en la actividad. Hacía reír a mis compañeros, era el pacificador cuando había tangana y organizaba los post-partidos.
Pero había algo que sí me gustaba mucho del fútbol, Eric Cantona. Por supuesto sabía apreciar su juego, pero sobre todo me encantaba su creatividad, su carácter, su carisma, su discurso, su origen catalán y que no dudaba patear a los putos fachas de mierda cuando era necesario.
Por eso, como Cantona, en el campo siempre llevaba el cuello de la camiseta alzado. Era mi manera de proclamar mis referentes y otra forma de destacar y de ser diferente en una actividad que estaba lejos de dominar.