El teorema de la recurrencia de Poincaré dice que después de un tiempo suficientemente largo, tendiendo hacia el infinito, ciertos sistemas experimentaran todos los estados posibles para acabar volviendo a un estado muy cercano, si no exactamente igual, al inicial.
Tal vez os habéis cruzado por Internet con un ejemplo basado en este teorema en el que se coloca una manzana en una caja cerrada. Con el tiempo
la manzana se pudre, se convierte en polvo, las partículas empiezan a fusionarse formando núcleos
de iones y fotones y entonces, miles
de millones
de años más tarde, los neutrones se convierten en protones y partículas fundamentales hasta experimentar todos los estados posibles. Y cualquier cosa que es posible que exista, acabará existiendo dentro
de la caja, un plátano, un reloj, una taza, un tornillo, una pegatina
de No es asunto vuestro, una mota
de polvo o un disco
de Los Chichos*. Hasta que, en algún momento,
la manzana reaparecerá en su estado original.
Cada vez que me encuentro con este teorema solo puedo pensar en que somos nosotros los que estamos dentro de la caja.
Puede que tengamos la percepción de que únicamente podemos ser una manzana. Nos dicen que si nacimos manzana, no podremos ser nunca nada más que una manzana. Pero nada más lejos de la realidad. Somos cambio, la transformación es nuestro estado natural.
*Lo de Los Chichos no lo tengo 100% seguro.