Hace unos años estaba haciendo una ruta por trabajo en 4×4 de Maputo, capital de Mozambique, a Inhambane, una zona costera a unas 8 horas hacia el norte del país. Entrada la noche, cuando aún faltaban un par de horas para llegar y mientras recorríamos la sabana más profunda, le pedí al guía que parara, que tenía que mear. Se apartó del camino y dejó el coche a un lado. Antes de bajar me dijo en portugués que vigilara con los leopardos, los leones, las hienas, los chacales, los elefantes, los monos, los hipopótamos, los cocodrilos, los lagartos, las serpientes y los rinocerontes.
“¿Los rinocerontes blancos o los negros?” pregunté.
Eso fue lo primero que aprendí aquella noche, que el humor catalán no es muy apreciado en Mozambique. Lo segundo lo aprendí mientras meaba.
No voy a dar muchos detalles de la escena pero, básicamente, tenía mi pene agarrado con la mano derecha y mirando hacia al suelo intentaba que el chorro no molestara a ningún elemento de la fauna del lugar y evitar así cualquier posible venganza. Pero, en un momento de debilidad, bajé la alerta e hice la obligada mirada de alivio hacia arriba que hacemos todos los hombres mientras orinamos. Y en ese momento, lo que descubrí hizo que cualquier actividad fisiológica parase en seco.
En mi vida había visto nada igual. Los que habéis estado en algún lugar remoto de África, sabréis de lo que os hablo. Pero aquella era mi primera vez y, probablemente, uno de los lugares continentales más remotos en lo que he estado.
Las estrellas. No os podéis hacer una idea. Un manto infinito de millones de puntos blancos uno al lado del otro, casi rozándose, sin dejar ni un mínimo vacío negro. Todo estrellas. Por supuesto sabía que hay más estrellas de las que vemos pero por nada del mundo hubiera imaginado lo que estaban viendo mis ojos. No estaba preparado para aquella realidad.
Y en aquel momento, acompañado de un escalofrío producido por la inmensidad inesperada, entendí algo que luego he aplicado durante toda mi vida: la mejor manera de comprender algo con exactitud es viviéndolo.
Y también pensé: si hay vida ahí fuera, me acaban de ver el pene.