Desde que decidí que
GuideDoc sería mi nueva “vida”, ahora hace 7 años, he tenido muchas alegrías, pero la que sin duda me ha hecho más feliz es haber podido estar todo el tiempo que me ha dado la gana con mi familia.
Gracias a la manera en que me lo he montado, siempre me ha resultado sencillo dedicar muchas horas al día a estar con mis hijos. Pero hay algo un poco más complicado. Lo tengo en mente continuamente y me esfuerzo en mejorarlo: que estos momentos sean, siempre que sea posible, especiales y distintos.
El cerebro es como un algoritmo de compresión de imagen que obvia los frames similares. La monotonía afecta de manera enorme nuestras percepción del tiempo y también nuestra memoria. Y en los niños este fenómeno se acentúa.
Los niños olvidan más rápido.
El cerebro de un niño se desarrolla increíblemente veloz. Cada día se crean en sus cabecitas millones de conexiones y durante este proceso acelerado también se “podan” algunas de ellas para tratar de que el cerebro crezca más sano. Desgraciadamente, muchas son memorias.
El paseo del cole al parque, la cola en el mismo columpio de siempre, la merienda en el banco grafiteado, el partido de fútbol en el pasillo y la media horita de iPad tienen, lo siento en el alma, bastantes números de ser recortados.
Por eso, cuando planteo un momento con mis hijos, me lo tomo como una batalla contra su cerebro, contra la memoria episódica y contra el algoritmo de compresión de sus recuerdos.
Apostaría a que mi hija Valentina recordará toda la vida, al menos, dos de las actividades que hemos hecho esta última semana. Y el jueves que viene nos vamos los dos solitos a visitar a unos amigos a Baviera. (Ferdi, mi amigo alemán, ya me ha pasado, en excel, todo lo que nos ha planeado y promete inolvidable). El lunes que viene os cuento, creo que escribiré la newsletter en el avión de vuelta.
Por cierto, recordar es importante porque, cuando nos preguntamos a nosotros mimos si somos o no felices, lo primero que hacemos es una auditoria de nuestros recuerdos.