“Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis”.
Esta es una de las joyas que Michel de Montaigne va soltando a salto de mata en sus ensayos, género que él mismo inventó. Un hombre completamente avanzado a su tiempo, moralista, noble, filósofo y humanista que escribió su obra encerrado en una torre de su propio castillo, en el año 1500.
El más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos va desgranando sus opiniones sobre diversos temas que le interesan y, si habéis tenido la oportunidad de leer su obra, seguro que os habrá sorprendido lo actual de su pensamiento. Parece increíble que algunas de las reflexiones que elabora fueran escritas hace más de 500 años durante el Renacimiento. Por ejemplo, cuando diserta sobre las risas enlatadas de las sitcoms.
Los “laugh tracks”, que es como se conocen en el sector, destapan una de las curiosidades que más me llaman la atención de la condición humana respecto a nuestros gustos. Todas las encuestas que se han hecho a lo largo de la historia del entretenimiento son muy claras al respecto, y los resultados siempre han sido apabullantes.
A la audiencia le disgusta que los productos audiovisuales incluyan risas enlatadas. Y cuando les dejas elegir entre ver una serie escuchando las actuaciones desnudas o bien incluyendo las risas del público, la primera opción gana de manera abrumadora.
Pero, al mismo tiempo, y aquí viene lo curioso del caso, todos los estudios que se han hecho, y son centenares los publicados por las majors y distribuidoras, demuestran que los espectadores se ríen infinitamente más y las valoraciones son siempre mucho mejores cuando oímos también a otros reírse mientras consumimos el show.
Cuando sabemos que a nuestro entorno le gusta lo que estamos consumiendo, de manera inconsciente, a nosotros nos gusta más.
¿Qué opinión creéis que tendrías de películas como Harry Potter o Star Wars si nunca hubierais oído hablar de ellas y las descubrierais una tarde de domingo por casualidad y por descarte entre el catálogo infinito de Netflix o Disney? ¿Hubierais disfrutado tanto de ellas si no supierais que, en realidad, son productos de masa aclamados por una audiencia planetaria?
¿Sucede lo mismo con los productos de los pequeños creadores de contenidos? ¿Nos gusta más un podcast, una newsletter o un vídeo en Youtube o en TikTok porque hemos visto que estaba arriba en los rankings de Apple Podcast, porque tiene muchas visualizaciones o muchos likes?
Y, desde la perspectiva del creador, ¿cómo saber si, en realidad, tu contenido está bien valorado porqué ha entrado en la rueda de la aprobación social? Y, al mismo tiempo, ¿tiene más valor una obra cuando le gusta a menos gente?
En el momento de escribir esta edición, solo 840 personas han decidido que les gusta esta newsletter (vaya, entiendo que están aquí por eso) y que quieren recibirla cada semana. Yendo al extremo, si supieras que eres el único lector, semana tras semana, ¿cambiaría tu opinión, aunque solo fuera ligeramente, sobre lo que escribo?
Al final de esta edición te propondré un pequeño experimento.