Hace muchos años, Mark Knopfler vino a presentar su último disco en solitario al programa de radio en el que trabajaba. Iba a tocar una de sus nuevas canciones y le habilitamos un estudio paralelo para que pudiera afinar su guitarra y calentar la voz. El alboroto de la sala era enorme entre los redactores y técnicos que lo estaban dejando todo listo para el directo. Yo era el guionista, tenía que hablar con él y rematar los detalles de la entrevista.
De repente, todo el mundo desapareció y nos quedamos completamente solos Knopfler y yo. El puto Mark Knopfler y yo, solos. Creo que él se dio cuenta primero de la situación, repasó la sala de un barrido, se acomodó la guitarra, me miró, y me dijo:
If this were a paying concert, I don’t know if you could afford it kid… Which one do you want?
Cagado, le contesté: I will have to say “Money for nothing” then…
Y mientras sonreía, comenzó a salir el mítico riff de su guitarra y se puso a cantar. Y luego, me hizo un gesto y hasta yo canté: “We got to install microwave ovens, Custom Kitchen deliveries, We got to move these refrigerators…”
Fueron dos o tres minutos que disfruté al límite. Solo pensé en olvidarme de todo lo exterior y concentrar los cuatro sentidos (no le iba a chupar la guitarra) en aprovechar aquella situación extraordinaria que, por casualidades de la vida, había tenido la suerte de poder vivir.
Pero, ¿cuál habría sido mi primera reacción si esta misma situación me hubiera pasado en los tiempos que vivimos?
Efectivamente, sacar el móvil para grabar.
Hemos llegado a un punto, y todos sabemos las razones, en el que estamos más preocupados en compartir que en vivir. Y yo soy el primer afectado, y cada día me esfuerzo por combatirlo. Cuando se presenta una experiencia, sea la que sea, dejar el móvil de lado y focalizarme sencillamente en vivirla. Como se había hecho siempre, coño.
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