Después de más de un año deseándolo con todas mis fuerzas, y de unos Reyes fallidos, por fin tenía en mi poder el maletín de Feber. Ahora tocaba la tradicional profesión por las casas de los abuelos para abrir los otros paquetes. Pero a mi ya todo me daba igual, ya tenía lo único que deseaba de verdad. Nunca antes un niño había abierto regalos con tal desaliño. Desgarraba papel decorado con lazos y guirnaldas mecánicamente mirando por el rabillo del ojo el maletín y deseando que acabara, de una vez por todas, aquella pantomima. Y, entonces, sucedió algo inesperado. Uno de los paquetes bajo el árbol de los abuelos, abierto también con desidia, contenía otro maletín de Feber. Se hizo el silencio. Completamente desorientado, miraba el nuevo maletín y a mis padres, y luego de nuevo al maletín y a mis abuelos. Y ahí comenzó la discusión. Los mayores se medio apartaron de mí y comenzaron a lanzarse reproches que no lograba entender. Caras largas paseando de habitación en habitación buscando rincones en los que continuar los dimes y diretes. Y, cuando preguntaba que estaba pasando, siempre obtenía la misma respuesta, “cosas de mayores”. Nos metimos de nuevo en el coche, en esta ocasión, mis padres, mis abuelos por parte de madre, yo, y mis dos maletines de Feber. Nunca antes había habido tanta tensión dentro de aquel Ford Fiesta. Mientras, yo intentaba gestionar mentalmente que caray había pasado y, lo más importante, maquinar qué iba a hacer con dos maletines de Feber. Llegamos a casa de los otros abuelos. Recuerdo que mi abuela Carme abrió la puerta y, cuando nos vio las caras, le salió del alma un “quién se ha muerto”. Mientras los adultos seguían discutiendo, yo me dispuse a cumplir con la tarea encomendada a cualquier niño un seis de enero, abrir más regalos. Esta vez ya no con desidia o inercia, sino con miedo y preocupación. Dejé para el final un paquete que tenía la forma exacta de los dos anteriores que aquella mañana habían provocado a un tiempo ilusión y confusión. Toda la familia desvaída estaba plantada en el salón esperando lo inevitable. Aunque, si mal no recuerdo, mi abuela Carme, como si ya supiera lo que contenía el paquete, ¡imposible!, parecía mostrar una media sonrisa burlona. Cuando el tercer maletín de Feber hizo acto de presencia, el abuelo Paco soltó la primera carcajada. Y ahí se desató, con un contagio veloz, la risotada más estruendosa que he visto en mi vida. No había entendido, ni de lejos, la razón de las discusiones, y ahora tampoco no lograba comprender las risas delante de aquel fallo garrafal e imperdonable en el sistema de los Reyes Magos de Oriente. Las navidades de niño que recuerdo con más ternura y que me empujaron a crear la familia que tengo ahora donde es obligatorio que, pase lo que pase, cada día haya risas. (Y, también, mejor organización logística).
El negocio de la magia 🪄 Luís OlmedoEn No es asunto vuestro generalmente hablamos de la magia de los negocios, en este episodio hablamos del negocio de la magia. Luis Olmedo es mago, ha ganado nueve premios nacionales e internacionales (como el de campeón del mundo de micro magia) y ha viajado por todo el mundo con su show. Ahora, además, está haciendo negocio con la magia en Internet. (¡Ojo que incluye un truco de magia mío!) Increables.comAdrià Cuatrecases es guionista y está lanzando un nuevo proyecto propio sobre educación creativa: Increables.com. En este episodio sabremos en qué punto estamos exactamente. Crea tu Cerebro Digital (sponsor)Pensaba que leer y aprender era importante. Es perder el tiempo. Si luego no eres capaz de recordar o recuperar esa información. Antes era un yonqui de la lectura y capturar información que nunca usé, ni recordé, ni tampoco dónde la guardé. Si quieres evitar lo anterior, te invito a empezar a crear tu propio Cerebro Digital. Soy Marcos de Emowe y, tanto si te interesa, como si eres un escéptico, yo no sé bailar pero déjame enseñarte esto Si te apuntas en los próximos 5 días desde el envío de esta newsletter, te enviaré un regalico. Nos vemos en Internet. 👋🏼 |