Planteamiento
Desde hace 40 años la industria de los contenidos, el software e Internet han jugado a confundirnos. Crecimos en un mundo donde aprendimos que lo normal era ir al quiosco y pagar 250 pesetas por la Micromanía; 2500 pesetas por un CD de Queen; 1800 pesetas por el Prince of Persia; 300 pesetas por una entrada de India Jones, o algo menos por un alquiler en VHS de Instinto Básico. No había ninguna otra manera de acceder a los contenidos o al entretenimiento. O bien ibas a casa de un amigo, que ya se había dejado la pasta, o invertías tú la paga de esa semana e invitabas a los colegas a peli y Colacao.
Aunque muchos hicimos nuestros primeros pinitos saltándonos los derechos de autor con las fotocopias de Dragon Ball o produciendo cassettes para nuestras parejas (sincronizando los dedos con el play y el rec a lo Polina Semionova), no fue hasta la llegada de Internet donde todo se comenzó a desmadrar.
Nudo
A medida que nos iban concediendo más velocidad de subida y bajada, la facilidad de compartir archivos y la desastrosa estrategia de los medios ofreciéndolo todo en abierto con el gratis total, nos llevó a otro escenario de dos décadas donde lo extraordinario era pagar por algo.
Aunque llevo en la industria del entretenimiento profesionalmente desde finales de los 90, nunca me tocó sufrirlo. Siempre trabajé en radio o televisión, a nivel personal o a través de mi productora, el negocio era distinto, y cobrábamos directamente por nuestro trabajo. Pero no me quiero ni imaginar lo frustrante que debió ser para los creadores de la época ver sus obras consumidas y compartidas a cambio de nada. Y lo que es peor, ¿cuántas obras maestras nos habremos perdido porque el creador, viendo el panorama, tiró la toalla antes de empezar?
A pesar de que, seguro, existirán contadas excepciones, no hay peor forma de restarle valor a una obra que la gratuidad.
Comencé a preocuparme por el tema hace unos ocho o nueve años cuando decidí publicar mi primer podcast. Veníamos de donde veníamos y, como no podía ser de otra manera, era un podcast gratis. Lo hicimos solo porque echábamos en falta la radio y queríamos experimentar con este nuevo medio. Pero, viendo la repercusión que tenía y el trabajo que nos comportaba, enseguida nos dimos cuenta que algo no cuadraba.
Estábamos haciendo el gilipollas.
¿Qué sentido tiene crear algo con mucho esfuerzo, algo que probablemente muy poca gente pueda hacer a tu nivel, algo que disfrutan miles de personas… y únicamente obtener a cambio cinco estrellitas en iTunes?
Por suerte, poniéndolo muy fácil al usuario y comenzando con los precios por los suelos, la industria ha conseguido reinventarse y hacer entrar en sentido de nuevo a la audiencia. Gracias a Netflix o Spotify, ahora la mayoría ya volvemos a tener implantado el mismo mindset que cuando íbamos al quiosco a por la Micromanía. Y, aprovechando esta nueva ola de sensatez, los pequeños creadores nos hemos liado la manta a la cabeza para lidiar nuestra particular batalla.
Creé mi primer podcast de pago el 2018. Hagamos memoria: el panorama por aquella época era que, por ejemplo, recibías numerosas e histriónicas críticas por el simple hecho de plantear la posibilidad de añadir publicidad o compartir un enlace de afiliados en un podcast gratuito. Así que, los que por entonces nos lanzamos con los podcast premium, sentíamos un miedo aterrador (y no exagero) cuando nos planteábamos la posibilidad de poner precio a nuestro trabajo.
Ahora lo pienso y me parece inconcebible.
Ese temor nos llevó a dar un primer nimio paso y poner el precio menor posible. ¿Pagarían un euro los oyentes por un podcast? ¿2,5 euros? (que es lo que costó el primer No es asunto vuestro premium…)
Después de poco más de tres años parece demostrado: a la audiencia le gusta pagar, aunque sea aún una cantidad reducida, por los contenidos de los pequeños creadores, y actualmente ya existen muchos ejemplos de podcasters que monetizan con suscripciones.
Desenlace
Ahora que ya hemos roto esa barrera mental, al menos con la audiencia más inteligente, y sabemos que muchos están dispuestos a sacar la tarjeta para romper el hielo, hablemos de lo que de verdad sería justo pagar por un proyecto con el volumen de contenidos y valor de No es asunto vuestro.
Esta semana viene a los masterminds uno de los pioneros, Emilio Cano. Con él hablaremos de barreras mentales, de pricing de contenidos y de cuánto debería subir el precio.
Efectivamente, en las próximas semanas subiré el precio de No es asunto vuestro (solo para los nuevos usuarios) y serán los suscriptores que ya estén dentro los que me ayudarán a decidir cómo hacerlo, cuándo, qué estrategia seguir, y cuál sería el precio justo.
¡A jugar!