Este lienzo está colgado en una de las paredes de nuestro salón. Nos lo trajimos de Myanmar hace unos años durante un viaje al país con mi mujer y unos amigos. Hacía pocos meses que se habían abierto al turismo. La escena, de más de dos metros de ancho, capta un momento muy habitual en las majestuosas montañas de Burma, mujeres recolectando hojas de té.
Me gusta observarlo porque su belleza, que al menos para mí la tiene, esconde una trampa monumental. Es como tener un “memento mori” en el salón, que en este caso sería un “memento omnia mendacium est”, recuerda que todo es mentira.
La luz y los colores que se ven en el cuadro no son una invención o exageración del pintor. De hecho, tengo decenas de fotos de aquel viaje con momentos similares. Las ropas de las mujeres eran así de coloridas, la luz del sol sobre el verde de las hojas de té producía un efecto espectacular colina tras colina. Incluso cantaban, sus voces viajaban de valle a valle y los ecos respondían de una manera casi mágica.
Pero, en realidad, esas escenas escondían un trabajo esclavo y cruel. Mujeres jóvenes, que parecían ancianas, arrodilladas de sol a sol por unos céntimos de kyats, rodeadas de extrema pobreza, guerras civiles, golpes de estado y exterminios étnicos.
Muchos días, me estiro en el sofá, observo el lienzo y me ayuda a recordar: nada es lo que parece. El mundo está diseñado para que nos quedemos siempre con la primera impresión fabricada por intereses externos. La gran mayoría de las situaciones que nos encontramos en nuestra vida esconden abismos.
Salta siempre por encima de la primera impresión.
Analiza.
Si te quedas con lo primero que te propone tu cerebro, vivirás siempre en una mentira.