El día de fin de año, saliendo del ascensor de mis suegros, mi hija me preguntó: “Papi, ¿por qué siempre hay espejos en los ascensores?”
Mi afán por vomitar mis conocimientos y mi experiencia me hizo responder rápidamente: “porque un espejo da la sensación de más profundidad y de más espacio. Eso puede ayudar a la gente que tiene cierta claustrofobia. Además, puede que también ayude a tener más sensación de seguridad. Con un espejo puedes ver lo que está haciendo todo el mundo si hay más gente subida contigo”. Y lo rematé con esta última superflua frase: “Pero lo más probable es que, los que construyen ascensores, ni hayan pensado en estas razones y, simplemente, los ponen porque siempre se ha hecho así.”
Durante el corto camino del ascensor hasta la puerta de entrada, mi hija ya había olvidado esa aburrida respuesta y yo me di cuenta que la había cagado muy fuerte. Había desaprovechado una ocasión perfecta de engañar a mi hija y haberle dado una razón fantástica sobre la presencia de los espejos en los ascensores. Por ejemplo: “Son espejos solo por este lado. Del otro lado te ven los habitantes del edificio que no han podido pagar una televisión. Así que, recuerda, siempre que subas a un ascensor, baila o haz alguna de tus muecas para distraer a los vecinos pobres”.
Estoy seguro que esta respuesta hubiera distraído a mi hija mucho más en todos sus viajes de ascensor durante, al menos, los siguientes dos o tres años.
Nota mental importante: no desaprovechar nunca la ocasión de hacer feliz a la gente inventando una buena historia.