Siempre recordaré aquel instante; duró apenas unos treinta segundos, justo lo que tardé en leer por encima -como si se pudiera leer por debajo- aquella newsletter a la que acababa de suscribirme. Alguien decía cosas sobre basuras impresas sin el consentimiento de Gutenberg, felaciones conjugadas en tiempos verbales reflexivos, crisis del papel y prólogos para libros ficticios. Fue entonces cuando lo descubrí. Ese alguien tenía nombre. Víctor. Y apellido. Correal. Apellido, en singular. El segundo no me dio tiempo de averiguarlo. Tal vez ni siquiera exista.
Pero decía que Correal hablaba en su newsletter acerca de prólogos para libros ficticios. Una reflexión que tomaba del armario dos o tres prendas de esas que ya nunca te pones para terminar disfrazándose de petición y salir a la calle como si fuera sábado de carnaval. Ahí me postulé yo, tan rápido como raudo, dispuesto a escribir un prólogo que estuviera a la altura del autor de la newsletter y de su (único) apellido. Fueron cinco días de cavilaciones y estrategias. Durante la noche del quinto día me llegó la iluminación e hice lo que tenía que hacer.
Busqué en Google las palabras mágicas.
“Cómo hacer un prólogo de un libro”.
Y la magia hizo el resto. Abracadabra.
Un tutorial, tan útil como todos los tutoriales que aparecen en la primera entrada de los resultados de Google, me instaba a cumplir tres puntos esenciales, tres mandamientos esculpidos con sangre y sudor en las tablas de Moisés, que así era como se llamaba el autor del susodicho tutorial. Por no tener, Moi no tenía ni siquiera el primer apellido. Pero vayamos al grano.
El primer punto no dejaba lugar a la imaginación. “Haz una lectura detallada de la obra”. Muy bien. Claro y conciso. Ojalá mi jefe me mandara las tareas con tal catarata de locuacidad. Solo había un problema. No había obra. Esto es un prólogo para un libro ficticio. Así que, por reducción al absurdo, el primer punto había sido completado. Digo yo.
Acerca del segundo mandamiento, tengo que decir que la cosa se complicaba. “Investiga sobre el autor y la obra”. De la obra ya hemos dicho lo que hay, así que me quedaba rastrear al tal Correal. Tras unas cuantas pesquisas en la Deep Web, encontré todo tipo de datos oscuros. Además de todo eso, descubrí que era un emprendedor de tomo y lomo, un fanático de los viajes -tanto físicos como mentales-, la mitad de Nordicwire -concretamente, era Nordic, como la tónica y como lo que nos echamos por encima en invierno-, un feliz padre por partida doble y la mente analítica tras GuideDoc, el Netflix de los documentales, también conocido como “siestas de media tarde a la carta”.
Solo me quedaba afrontar el tercer y último mandamiento. “Selecciona la información”. Y así lo hice, por suerte para todos los que estáis leyendo esto. El prólogo original se extendía durante diez páginas.
Cumplidos todos mis objetivos con satisfacción plena, solo me queda desear al lector que disfrute lo que viene a continuación, puesto que, al fin y al cabo, el prólogo es solo el umbral que da paso a lo verdaderamente importante: la obra.
Esa que, al igual que el segundo apellido, no existe.
Jesús Relinque