Netflix, como empresa, tiene mucho de todo: muchos millones de inversión, muchos suscriptores, mucha facturación y, aún más, muchos gastos (más de lo que factura).
Pero hay algo que Netflix atesora en cantidades inconmensurables, de un valor incalculable para la empresa y que, además, gestiona con gran habilidad: los datos.
Uno de los primeros temas que sale en las conversaciones cuando hablamos de Netflix, o cualquier otra plataforma, es ese momento incómodo que muchos viven todas las noches: la deambulación recalcitrante por las parrillas de contenidos sin saber qué coño ver. Gracias a los datos, Netflix sabe que los usuarios navegaremos por la aplicación durante un máximo de 90 segundos y, si no encontramos nada, nos iremos.
Los humanos somos animales visuales. Y las imágenes en miniatura son el arma más eficaz para influir en la elección del espectador. Por eso Netflix tiene un sistema, casi diabólico, para optimizar las miniaturas e influir en lo que vamos a ver.
Netflix denomina a este proceso “aestethic visual analysis” (análisis visual estético) y comienza extrayendo todos los fotogramas de un vídeo. Todos. Para que nos hagamos una idea, un episodio de una hora puede llegar a tener hasta 100.000 fotogramas distintos.
Luego, etiquetan todos y cada uno de los fotogramas con metadatos que identifican según sus variables. Según el brillo, el contraste, la desnudez, la composición, el tono de piel… En el siguiente paso, eligen las miniaturas que tienen más probabilidades de ser clicadas según sus propios datos después de observar el comportamiento de los usuarios: rostros expresivos, brillo, personajes principales, actores conocidos…
En cada país los thumbnails ganadores son distintos. Pero, hay factores que no cambian. Por ejemplo, las miniaturas con más de 3 personas tienen un rendimiento muy inferior en todo el planeta.
Además, Netflix se esforzará por mostrarte una imagen distinta según el historial de tu visionado reciente. Si has visto muchas pelis de Jim Carrey (el mejor actor de la historia de todos los tiempos), te mostrará la cara enorme de Carrey con una gran mueca, aunque en esa película solo aparezca en un pequeño cameo.
Aunque, evidentemente, no sea tan importante como el contenido en sí (como la película o como el episodio), el póster de una obra audiovisual forma parte del proceso creativo. He participado en la creación de unos cuantos pósters de películas y es un trabajo en el que los autores nos esforzamos para transmitir el alma de nuestra obra. El póster es una herramienta más para plasmar la firma del creador.
Por supuesto que, además de las miniaturas, las plataformas eligen qué contenidos producen según los gustos del espectador pero, ¿podría ser la táctica de las miniaturas el primer paso para que la gran mayoría de las obras fueran creadas bajo el yugo del algoritmo o del cerebro colectivo?
Estoy seguro de que así será.
Cuando el músculo técnico de estas plataformas lo permita, los temas, los guiones y las ejecuciones, estarán pautadas por estos algoritmos y aprendizajes automáticos. Y con ello, Netflix y el resto de plataformas, conseguirán que todos veamos, con aún menos esfuerzo, la serie o la peli a la que dedicaremos nuestras noches. Que será, por supuesto, la que les reporte más beneficios. De hecho, ya lo están consiguiendo con cuatro miniaturas algorítmicamente escogidas y una historia fácil rebosante de ingredientes efectivos. Como lo del jodido calamar.
Los humanos no tomamos buenas decisiones en grupo. En general. Pero menos aún sobre arte o estética. Una de las más preciadas virtudes del proceso creativo es la soledad. Lo extraordinario es más probable que surja de una mente que trabaja en solitario, y si dejamos el proceso creativo al cerebro colectivo, solo obtendremos homogeneidad. El peor enemigo de la genialidad.
Cada vez veremos más empresas y proyectos que, como Netflix, se rendirán a la dictadura de los algoritmos.
Una oportunidad fantástica para los pequeños creadores de seguir siendo únicos.
Y ahora, mira este vídeo con una miniatura minuciosamente escogida a mano: