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Cuando era pequeño mi padre me llevaba cada verano a pescar. Los dos solos. En una zona preciosa de los Pirineos de Lleida. Lo hicimos unos cinco o seis años seguidos. Los meses antes del viaje preparábamos todo el equipo, revisábamos las cañas, comprábamos nuevos materiales, nos hacíamos con los mejores anzuelos que nos recomendaba el de la tienda… Y, lo que me hacía más ilusión, unas nuevas botas de pesca cada año. (Solo para mí, claro. Porque a mi padre, por aquella época, ya le habían dejado de crecer los pies).
Durante quince días dormíamos en una pequeña tienda de campaña de color azul que aguantaba a duras penas las fuertes tormentas nocturnas. Durante el día hacíamos largas excursiones buscando las mejores zonas de pesca de los ríos y riachuelos que teníamos cerca.
¿Sabéis cuántas veces picaron durante aquellos seis años?
Ni una sola vez. Nunca. Jamás un pez decidió que sería buena idea morder nuestra trampa. En todos esos años lo debimos de probar más de cien veces y ni un solo día, ni mi padre ni yo, tuvimos la suerte de pescar ni una mísera trucha.
La verdad es que a mí me daba exactamente igual. De hecho, como que nunca había visto picar a un pez, no creo ni que supiera que pescar fuera posible. Tal vez pensaba que aquellas excursiones eran una excusa que se había inventado mi padre para estar conmigo, para tener nuestras primeras conversaciones en medio de la naturaleza.
Pero creo que él estaba preocupado, y tal vez pensó que aquellos continuos fracasos podrían afectar mi frágil mente infantil. Así que el último año, después de probarlo de la manera habitual, me llevó a una piscifactoría. Tenían un servicio en el que pagabas una pequeña cantidad, y te dejaban una caña para probar suerte en una de las piscinas repletas de peces.
Acerqué ligeramente la caña hacia el agua y cuando el anzuelo aún no había ni rozado la superficie, en menos de dos centésimas de segundo, un pez se abalanzó sobre la trampa y pico.
Un éxito extremadamente fácil. Un logro sin ningún valor. Mi padre aún recuerda la cara de besugo que se me quedó, dice que se le quedó grabada para siempre. La insatisfacción más grande de mi vida.
Nunca más volvimos a pescar.
PD: Esta historia es simplemente la introducción a una reflexión sobre el éxito, el trabajo y el fracaso de mi situación laboral actual. Pero la acabaré la semana que viene para evitar que un cierre instantáneo de la historia os haga ser menos felices.
Un abrazo.